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OPINIÓN - Firmas - Juan José Dolado 05/05/2005
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Juan José Dolado
Actualizado: 00:39
 
Entre 1998 y 2003, el precio medio de la entrada a conciertos en España ha subido un 42,5% (el IPC, un 16,1%), mientras que el número de espectadores lo ha hecho en un 13%.

Hace unos días asistí a un concierto en una sala madrileña de un grupo sueco de pop, Mando Diao, bastante desconocido, que empezaba a las doce de la noche. La cola daba una vuelta a la manzana y, fácilmente, el número de asistentes se acercaba al medio millar, cubriendo el aforo con creces.

La entrada costaba 22 euros (24 por Internet). Como aficionado a la música pop, tengo que decir que éste no es un hecho aislado: la mayoría de los conciertos de este tipo están a reventar. Por ejemplo, para el próximo concierto, en agosto, de U2 en el estadio Calderón, se agotaron las entradas en un periquete con la gente haciendo inmensas colas desde un día antes de que se pusieran a la venta. En Barcelona, lo mismo.

La literatura económica ha empezado recientemente a ocuparse de este tema, siendo una buena muestra el artículo de Alan Krueger titulado The Economics of Real Superstars: The market for rock concerts in the material world (Journal of Labor Economics, vol. 23, 2005). En dicho trabajo se documenta la evolución de los conciertos de rock&roll en EEUU desde 1996 a 2003. El resultado básico es que mientras el precio medio de las entradas durante dicho período subió un 82% (el IPC lo hizo en un 17%), el número de asistentes presenta una clara tendencia decreciente, con una reducción del 16% en los ingresos de ventas de entradas. No obstante, la recaudación en conciertos de superestrellas aumentó. Lo observado puede deberse a un desplazamiento hacia la izquierda de la baja de la curva de oferta de conciertos, creciente en el precio, a lo largo de la curva de demanda, decreciente en el precio. El autor, que ha acuñado el término rockonomics en la literatura económica, examina varias hipótesis para explicar estos fenómenos. En primer lugar concluye que la subida de precios puede, en parte, deberse al hecho de que la industria de los conciertos musicales es un sector de escasa productividad ya que el coste de tocar una canción en vivo es bastante similar al de hace, digamos, veinte años.

Ello, y el hecho de que el coste de la parafernalia (espectáculos videomusicales) que acompaña a las actuaciones en directo haya aumentado, justificaría un aumento de costes pero no para explicar la subida observada de precios. También hay un reforzamiento del fenómeno de las superestrellas en detrimento de los artistas que no lo son tanto pero, de nuevo, no es suficiente para explicar la evidencia. Tampoco parece haberse producido una mayor cartelización de los conglomerados multimedia que organizan los conciertos.

Su explicación favorita, que atribuye al cantante David Bowie, es que la disponibilidad de nuevas tecnologías para descargar y reproducir CDs, sin pagarlos, ha disminuido los royalties de los artistas procedentes de la grabación, lo que reduce la complementariedad existente entre grabaciones y actuaciones en directo. Antes, los artistas preferían rebajar sus cachés y el precio de las entradas porque grandes asistencias a sus conciertos les producían pingües beneficios en la venta subsiguiente de discos. Ahora, como los beneficios son escasos, prefieren subir el precio de las entradas, sabiendo que la elasticidad de la demanda al precio es bastante menor que la unidad, especialmente para las superestrellas.

¿Podrá reproducirse este diagnóstico para el caso español? La anécdota que relataba al inicio parece indicar que no. Mas allá de la anécdota, la Sociedad Nacional de Autores Españoles (SGAE) publica en sus anuarios cifras detalladas de asistencia a conciertos de música popular y recaudación. Entre 1998 y 2003, el precio medio de la entrada ha subido un 42,5% (el IPC ha subido un 16,1%), mientras que el número de espectadores también lo ha hecho en un 13%. Incluso cuando uno controla, por la evolución de la renta disponible, el resultado difiere del de EEUU: lo que se ha desplazado es la curva de demanda hacia la derecha.

Aunque la ausencia de una gran base de datos, como la utilizada por Krueger, impide hacer un análisis tan cuidadoso como el suyo, mi conjetura es que gran parte de este efecto se debe al aumento de la complementariedad entre el top manta y los conciertos. El casi nulo control sobre la venta de CDs a través de este canal de la economía sumergida, mucho más extendida en España que en EEUU, ha tenido dos efectos.

En primer lugar, la gente ha podido comprar muchos más discos. En segundo lugar, ha supuesto un fuerte ahorro para sus bolsillos. El hecho de poder escuchar mucha más música y la mayor capacidad adquisitiva han aumentado el ansia de ver a los grupos favoritos en directo. Si el control sobre esta actividad irregular se endurece y el avance imparable del MP3 continúa, uno esperaría en el futuro algo similar a lo que ha ocurrido en Norteamérica.

Si alguien piensa que la música es sólo arte, y que no tiene que ver con la economía, que recuerde la frase de Paul McCartney: “Que los Beatles eran anti-materialistas es un enorme mito. John y yo solíamos sentarnos y decir: ahora vamos a escribir una canción que valga una piscina”.
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